Muchos de los llamados winners no hacen diferencia entre cultura y artes. Usan estas palabras como si fuesen sinónimos. A veces, cuando un winner va a ver una exposición de pintura, dice “fui a darme un baño de cultura”.
Cultura es la expresión de nuestra identidad, de nuestro modo de vivir, pensar, crear, producir y comunicarnos.
En realidad no son lo mismo. La cultura es mucho más amplia que el arte. Cultura es toda expresión de identidad de una comunidad, un país, una región. Se habla incluso de cultura empresarial, culturas ciudadanas, subculturas y culturas locales. Cultura incluye la forma de vivir, de pensar, de crear, producir y comunicarse de una sociedad. Desde cómo nos comportamos en el Metro hasta cómo cocinamos. Desde qué entendemos por buena educación hasta nuestras creencias o no creencias religiosas. Desde la poesía hasta la orfebrería, la arquitectura, las formas de organizarnos, el lenguaje de la calle y la música que bailamos. Cultura es cómo se hacen las cosas aquí, como en ningún otro lado. O cómo se hacen las cosas en algún país africano, como no se hacen en ninguna otra parte del planeta. Es lo que distingue, diferencia, da identidad a un pueblo.
El arte abarca las expresiones creativas superiores de una cultura, la música, la danza, la pintura, el cine, el teatro, el circo, la literatura en general, la escultura, la fotografía. Pero no cualquier pieza o representación en algunas de estas expresiones puede denominarse como obra de arte. Para serlo debe tener una esencia propia, un valor estético original, único, que logre conmover los sentidos y la emoción del público. Aunque el público ni siquiera sepa explicarlo.
Traemos frecuentemente este tema a colación porque nos pre-ocupa nuestra cultura como un todo. Si lo pensamos a fondo, cultura es nuestro modo de vivir. Nuestro interés, entonces, está puesto en la forma y fondo de nuestra cultura cotidiana. Recogemos la idea de que cultura es la expresión de nuestra identidad y que ésta a su vez tiene tres dimensiones: pasado, presente y futuro.
Se ha instalado en nuestra cultura la figura del winner, un personaje calificado con una palabra que no es de nuestro idioma para definir al ganador, al más competitivo, al más capaz de alcanzar rápidamente el éxito; un sitial destinado a unos pocos capaces de pasar por sobre cualquier consideración para borrar pasados, sacar utilidades en el presente y depredar el futuro.
Por cierto, este winner suele ver la cultura -lo que nos da identidad- como algo desechable o útil únicamente de acuerdo con su interés momentáneo. Y ve el arte como algo con lo cual debe vestirse, maquillarse, adornar la oficina, coleccionar o mostrar para beneficio del negocio. Y no se hace mucho problema, al arte le llama cultura, a la cultura le llama arte.
Sobre nuestro pasado vemos con inquietud cómo este winner (que todos podemos ser en algún momento) en la práctica cotidiana va destruyendo lo construido por otros, anteriores a nosotros: valores, ideas, materialidades, patrimonios, aprendizajes, experiencias, sabidurías, gestos trascendentes. Todo va cayendo en una depredación que no se detiene. Lo importante es vivir el presente, dejar atrás el pasado, y ni siquiera pensar en el futuro.
Sobre nuestro presente, el winner pierde a menudo la conciencia. Deja de ver, de darse cuenta, de percibir lo que está sucediendo consigo mismo, con los otros y con el entorno. Comienza a vivir como un adicto, enajenado, fuera de la realidad. Pasa por delante, bota, desecha, ensucia, consume y consume, atropella, grita, corre detrás de algo que no siempre tiene muy claro, no escucha, atraviesa por la mitad de la calle, no usa preservativos aún conociendo los riesgos, no usa el cinturón de seguridad, come comida chatarra, desprecia lo natural, ignora a los viejos, conduce con alcohol, mantiene a los niños en segundo y tercer plano, olvida las fechas importantes y quiere resolverlo todo con dinero.
Y el futuro deja de ser prometedor por la ausencia de sueños, de grandes metas, de motivaciones poderosas que lo muevan hacia una mejor calidad de vida. Repite más de lo mismo sabiendo que no funciona. Desdeña a los creadores y a los soñadores, los descalifica por ser poco concretos, por no demostrar qué y cuánto se gana aquí y ahora con soñar.
Así las cosas, tanto el arte como la cultura de nuestro país, se van empobreciendo. Y esto puede llegar a ser más grave que la propia pobreza económica, porque se trata del empobrecimiento del alma.
Alfredo Saint-Jean Domic