Aún tengo vivo el recuerdo de ver a Nemesio Antúnez caminando por el Museo Nacional de Bellas Artes, imaginando formas de lograr que la gente -y especialmente los jóvenes- llenaran esos espacios. Buscaba que el arte fuera masivo, cotidiano, que estuviera al alcance de todos. Él parecía ver sin prejuicios cualquier disciplina o expresión artística y la amplitud de su visión hizo que fuera, además de un extraordinario artista plástico, un maestro en la gestión cultural.
Cuando asumió por primera vez la dirección del Museo en el año 1969 creó un departamento que llamó Museo Joven del que yo pasé a ser parte. Tuve la fortuna de conseguir, gracias a él, un espacio inmejorable para hacer happenings culturales. Los bautizamos «Luz, sonido y movimiento». Juntábamos en una misma jornada a un grupo de rock, con un desfile de moda, danza y poesía. Esos experimentos fueron una inyección de vida para el recinto y un paso fundacional en mi propia trayectoria.
Nemesio era un visionario. Por esos mismos años creó el programa Ojo con el Arte, emitido por Canal 13, que demostró irrefutablemente que la televisión podía ofrecer contenidos sobre arte que fueran interesantes y entretenidos al mismo tiempo, que lograran captar y mantener el interés de la audiencia. El nombre del programa decía mucho sobre la concepción que Nemesio tenía sobre el arte: había que prestarle atención e integrarlo a la vida como uno de sus componentes insoslayables.
Esto podría traducirse en que Nemesio entendía que el público necesita al artista tanto como el artista necesita al público. En la Carta Aérea que escribió a su hijo Pablo, aseguraba: «Pienso que la obra de arte no está completa si no está expuesta al público, si está en el taller vuelta a la pared no ha nacido. Está viva cuando el público la ve, sí señor».
O quizás todo se arraigaba en la necesidad de compartir. En mis recuerdos, la casa de Nemesio siempre tenía las puertas abiertas y recibía continuamente a muchos artistas. Estaba frente a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, así que allí todo era inspiración. Las ideas volaban libremente y se respiraba arte a cada segundo.
Después de principios de los ’70 pasé 20 años sin volver a verlo. Nos reencontramos por casualidad en la Feria de Artesanía de Providencia en el 90 o 91. Volver a verlo dejó una impresión imborrable: tras el exilio obligado que le impuso la dictadura de Pinochet, Nemesio había vuelto a Chile y a la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes, pero ese día, cuando lo vi, tenía un micrófono en mano y entrevistaba a los artesanos, con la curiosidad y el poder de convicción aún intactos.
A 100 años de su nacimiento, él merece todos los honores que podamos darle. Tal como escribió alguna vez Pablo Neruda, «Nemesio Antúnez de Chile, está vestido con todas las cosas, vestido por dentro y por fuera, tiene el alma llena de cosas sutiles, patria cristalina».
Si el arte hoy parece un poco más cercano, se lo debemos a él, un creador en todos los sentidos de la palabra, cuyo magnetismo permanece vigente y cuyas ideas y acciones continúan siendo fuente generosa de inspiración.
Alfredo Saint-Jean Domic
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Fotógrafo: Luis Poirot