El mimo pinta sus ojos. El payaso su sonrisa blanca y su nariz roja. La bailarina prueba su vestido. El poeta se mira al espejo en silencio. El cantautor afina su guitarra. El director anima a sus actores. El maestro mira las partituras. El cantante carraspea. La relatora de cuentos hace morisquetas frente al espejo.
Por dentro la adrenalina que sube. Siente ese ligero temblor en las piernas, como la primera vez. La guata se aprieta. La respiración ayuda. La concentración es máxima.
Probadas las luces, el sonido, los cambios de fondos, los vestuarios, los micrófonos, las voces, la superficie del escenario y la proyección de imágenes.
El teatro se va llenando.
En los ojos del mimo se aprecia un recuerdo de los comienzos. En la sonrisa del payaso, un leve nerviosismo. En la bailarina, un acto de fe. En el cantautor, una nota de rebeldía. En el director, un reto al joven protagonista. En el cantante, un rito de la suerte. En la relatora de cuentos, la ansiedad primeriza.
El productor anuncia a todos que va a comenzar la función.
¡Mierda, mierda!, grita hacia sus adentros el artista, cerrando los ojos y los puños. Ha llegado la hora del debut, de la tercera función, de la presentación número treinta o aquella que marcará dos años en cartelera. Siempre se expresará, como la primera vez, este grito para vencer todos los miedos, para afirmar la convicción por lo que hace y para prometerse que dará una vez más lo mejor de sí mismo en el escenario.
A veces, el teatro no se ha llenado, no se ha logrado el interés del público o simplemente hubo algo que hizo que la gente no llegara como se esperaba. Igualmente, del mismo modo, con la convicción de siempre, con la vocación de dar lo mejor, con los ojos cerrados y los puños apretados, el artista gritará para sus adentros… como una orden superior, como un rito para alinear los astros, como un acertijo o palabra mágica que ayuda a juntar todo -emoción, cuerpo y espíritu- en una sola misión: salir a coincidir con el estado de ánimo del público y lograr un momento de felicidad compartida, a través de su arte y de su talento.
Alfredo Saint-Jean Domic
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(*) Esta expresión se originó en la época en que las personas asistían a los teatros a caballo o en carruajes tirados por caballos, entonces mientras más mierda hubiese afuera del teatro, quería decir que el éxito sería mayor, pues había más público. Y un teatro lleno será siempre, junto con el aplauso, la mejor motivación para un artista.