En la primera función de su espectáculo unipersonal, la gran actriz argentina Norma Aleandro dio una lección de teatro. Posesionada del escenario, empleó los talentos actorales que, no por nada, la han convertido en tal vez la más grande actriz de habla hispana de estos tiempos. Es casi indigno hablar, como suelen hacer los críticos, de “recursos” teatrales para designar la amplia gestualidad, la gracia casi balletística del movimiento y de la postura, el impacto de la mirada y, sobre todo, la voz, entera y cargada de matices, que despliega. No son meros recursos, apoyos o muletas las que emplea en una hora y media de actuación, sino lo que es la esencia del teatro: la capacidad de transmisión a la audiencia de las tensiones y distensiones que implica cada caracterización, para lo cual se emplea el cuerpo, la mirada y la voz. El genio de Norma Aleandro en la etapa cúlmine de su carrera es, por cierto, también el producto de miles de horas de trabajo en cada uno de los atributos de su talento de actriz, y este, el necesario trabajo de miles de horas de preparación, de actuación y revisión de lo actuado, es probablemente la primera parte y más importante de esta lección de teatro.
Para los actores chilenos – algunos había en la primera función – es asistir a una cátedra de actuación que no tiene nada del estilo ampuloso del llamado teatro clásico (que en el caso del teatro español, que influye notablemente este espectáculo, es más bien teatro barroco), pero que conserva esos elementos insustituibles de la comunicación verbal entre el actor y el espectador: la voz entera y el recitado fluido, humano y entrañablemente creíble. La gran falencia del teatro chileno es, precisamente, la ausencia de una voz de tales características.
Norma Aleandro muestra su gran versatilidad para pasar de un lenguaje a otro; no sólo de la palabra, sino del acento, del matiz, de la intensidad. Uno se olvida que es argentina, lo que no es poco decir, por ese acento tan marcado de los argentinos. De pasada demuestra, entonces, que los argentinos son capaces de hablar buen castellano y preguntarnos por qué nosotros no podríamos lograr lo mismo en nuestro teatro.
Notables los momentos de la cupletera y de la señorita de Tacna. Imperdible “master class” (título de su éxito como Callas en la obra de Mac Nally), clase magistral para gente de teatro, lección para el espectador teatral que afina su gusto, contundente espectáculo para cualquier público.
Hernando Morales Ríos
4 de noviembre de 2011