Escupieron sobre las pinturas sin vergüenza. La policía de Cristianía -hoy, Oslo- intentó contener a un público demasiado violento, y en una esquina del Salón de Otoño de 1886 Edvard Munch (1863-1944) exclamó: «¡Es increíble que algo tan inocente como la pintura cause tanto alboroto!». Pero eso provocaba un cuadro que él había dedicado a su hermana muerta, Sophie. Era como un garabato, a juicio del público, y «un guiso de pescado en salsa de langosta», según el crítico de arte local.
El artista tenía 20 años. Ya había participado en un Salón de Otoño y viajado por Europa, empapándose con el uso del color y las formas simplificadas de Gauguin, y con el impresionismo y el simbolismo de Van Gogh y Toulouse-Lautrec. Pero lo más decisivo: ya tenía lenguaje propio -era un adelantado del Expresionismo-, y una vida marcada por la tragedia. Su madre y su hermana murieron de tuberculosis, y su otra hermana padecía una enfermedad psiquiátrica. Todo eso definió, además de la personalidad inestable, angustiosa y propensa a la adicción de Munch, su pintura.
«La enfermedad, la locura y la muerte eran los ángeles negros que vigilaban mi cuna», apuntó. Y lo demuestra «El grito» (1893). Su pintura más emblemática e ícono de la angustia existencial, que en 2012 se subastó por US$ 120 millones en Sotheby’s (récord absoluto), y desde inicios de junio se exhibe en el Museo Nacional de Oslo, con otros cientos de cuadros creados entre 1882 y 1903. Esta exposición colosal, junto a otra en el Museo Munch de la misma ciudad, celebra los 150 años del nacimiento del pintor. Entre ambas presentan 270 obras, en recorridos cronológicos que abarcan seis décadas.
«Ésta es la más completa y comprensiva retrospectiva de Munch. Antes existieron dos muestras grandes, pero que sólo exhibieron parte de su pintura: una en 1927, que él mismo hizo en Berlín, y otra en Oslo, tras su muerte, que solamente reunió sus últimos lienzos. Ésta es la más ambiciosa. Me atrevo a decir que la próxima vez que se haga algo así será para sus 200 años», comenta Nils Ohlsen, del Museo Nacional, quien estuvo a cargo de la curatoría.
La exhibición estelar también se verá en Chile. El 30 de junio, a las 12:00 horas, el Teatro NESCAFÉ de las Artes proyectará, en pantalla gigante full HD, un documental sobre la muestra, creado por el británico Phil Grabsky y el historiador Tim Marlow (autores del exitoso «Leonardo da Vinci en vivo»). Ellos se pasearon por las salas y se detuvieron en obras tan icónicas como «La niña enferma» (1907), «Amor y dolor» (1893-1894) y la serie «El friso de la vida: un poema sobre la vida, el amor y la muerte» (1893-1913). Entre otras cosas, el documental permite apreciar cómo Munch repetía motivos pictóricos y cómo cambió su trabajo en 1908, cuando superó una crisis nerviosa y comenzó a pintar de forma más optimista.
-Más allá de las obras famosas, ¿qué es lo más atractivo de la muestra?
Nils Ohlsen: «Los cuatro frisos de la vida. Munch los creó como una pieza narrativa, pero sólo se vieron juntos en 1902. Y ahora los reunimos de nuevo. ¡Eso es posible sólo una vez en el siglo! Esta exposición amplió mi rango de obras preferidas. Ahora sentí fascinación por trabajos que no son tan conocidos, como los de sus últimos años, cuando volvió a Noruega tras vivir viajando por veinte años. Ahí empezó a pintar más escenas de la vida cotidiana. Me siento más atraído por esos cuadros, que son fruto de un proceso más espontáneo y expresivo. Han sido un gran descubrimiento para mí».
-¿Por qué la obra de Munch se ha mantenido en el inconsciente colectivo durante un siglo?
Nils Ohlsen: «Creo que la razón es que siempre estuvo dedicada a las emociones y sentimientos del individuo moderno. Es un artista que habla del ser humano. Si tomas, por ejemplo, a Kandinsky, lo más importante para él es la experimentación; el motivo es secundario. Para Munch, al contrario, el motivo y el contenido son lo más relevante. Su obra es una clase de espejo para nosotros. Por eso está tan viva y nos toca a diario».
Nota publicada el domingo 23 de junio, por Daniela Silva Astorga, en el diario El Mercurio.