Por Vadim Vidal
No comenzó cantando en alguna «Casa de Fado» de Lisboa, sino en grupos folk y pop. De hecho no nació en Portugal sino en Sudáfrica y luego vivió en los Azores, archipiélago portugués en pleno Atlántico, y no fue hasta los 24 años que se inició como gasista, no sin antes titularse de oftalmólogo, profesión que practicó hasta solo cuatro años atrás.
De la generación que llevó el sonido de la saudade fuera de las fronteras lusitanas, es la más apegada al estilo original. Ese cantar nostálgico con voces poderosas y acompañamientos de cuerdas.
El mismo día de su titulación en el año 2000, el cantante João Braga la invitó a participar en un concierto en homenaje a Amália Rodrigues, la «reina del fado» en el coliseo de la capital lusa. Ahí fue cuando Paulo Parreira y Mário José Veiga, eximios gasistas, la conocieron y apadrinaron.
Ese concierto en particular fue también el punto de partida para una nueva generación de cultoras de la más reconocida tradición musical portuguesa. Cantantes que llevaron la canción de «amor, celos, cenizas y fuego, dolor y pecado», como la definía Rodrigues, fuera de las fronteras.
De todas ellas es Guerreiro la que mantiene de manera más nítida la vocación melodramática de la matriarca, como también su variedad de registros e incluso su timbre de voz. Ha sostenido en reiteradas ocasiones que no se considera purista, pero sí tradicional.
Este artículo apareció originalmente en la edición 1251 de la Revista Paula, publicada el 19 de mayo de 2018.