Desde julio de 2010 que el bailarín argentino Julio Bocca viene haciendo un silencioso trabajo a cargo del Ballet Nacional del Sodre, en Uruguay. La idea nació de manera espontánea y poco a poco fue tomando forma y encantando a Bocca. Han realizado tres giras nacionales a tablero vuelto por todo Uruguay, llevando en su última pasada más de 80 mil personas, y este año van a venir por primera vez a Chile en una gira que pasa por Paraguay, Colombia, Perú, Venezuela y México. Un espectáculo que, según su director, es de un gran nivel, tanto que el argentino tiene programadas funciones hasta el 2015 junto a este grupo, lo que habla un poco del encanto que se generó entre ambos. Bocca se retiró joven de la danza. Apenas tenía 40 años cuando tomó esa decisión. Muchos no lo entendían o pensaban que sería un alejamiento momentáneo, para volver luego de un tiempo. Pero no. Bailó por última vez frente al obelisco el 22 de diciembre de 2007 y nunca más.
–¿Cómo has vivido el proceso del retiro desde que hiciste tu último show como bailarín, hace casi cinco años?
Fue un proceso día a día. Tenía la fuerte necesidad de estar tranquilo, pero el hecho de no tener nada que hacer se fue integrando de a poco a mi cuerpo y a mi cabeza. Empecé a disfrutar de estar en mi cama, desayunar y volver a acostarme, salir a caminar, no tener horarios… Poco a poco me fui acomodando al ritmo cotidiano normal. Apenas me retiré me fui a vivir a Montevideo, una ciudad maravillosa, donde hay tranquilidad, la gente es muy educada, hay buenos espectáculos y estás a media hora de Buenos Aires, si quieres un poco de lío. Me fascina la rambla de Montevideo, sus playas. Luego de un año y medio, me empecé a sentir incómodo. Si bien en mi carrera de danza mi vida estaba al límite, en la vida normal sigo siendo joven y tenía que hacer algo. Quería volver a reconectarme con la danza, devolver todo lo que aprendí.
–¿Hay algo físico que ocurre contigo luego de estar toda una vida en el alto rendimiento, con un grado de exigencia enorme y de un día para otro hacer un cambio radical?
En ese momento mi cuerpo estaba muy feliz (se ríe). Mis pies y mis rodillas me lo agradecieron. Luego de todas las operaciones que uno va teniendo, se agradecía que no siguiera insistiendo en saltar, caer, girar y todo lo que la danza exige. Eso fue un placer. Engordé 10 kilos de golpe, me lo comí y me lo tomé todo, hasta que mi cuerpo me dijo que parara. Me sentía incómodo. La panza que me salió no era parte de mí y no la podía controlar, cuando siempre he tenido el control sobre cada movimiento de mi cuerpo. Entonces, me empecé a cuidar un poco más.
– Les pasa a todos los deportistas luego del retiro y luego de haber estado toda la vida cuidándose.
Ocurre que lo disfrutas todo de golpe y luego lo manejas mejor. Es como un juguete nuevo. Después vuelves a la rutina del cuidado. Además, uno tiene una imagen que cuidar y, si dirijo un ballet y exijo a los bailarines que estén en buena forma, tengo que dar el ejemplo.
– Mientras pasabas por tu etapa como bailarín, ¿te proyectabas como director y estar a cargo de una compañía?
Uno está pendiente de la disciplina y de mejorar como bailarín, pero de a poco uno empieza a hacer algunas cosas. Tengo una fundación, tuve una compañía por 20 años… Había cosas que me tiraban y que las proyectaba para más adelante, pero sin saber qué iba a hacer. Nunca imaginé estar en lo que hago hoy, una compañía tan grande, del Estado. Es un desafío enorme y he aprendido un montón de cosas.
– Uno podría entender que Julio Bocca tiene poco que aprender, pero no es así.
Siempre sigo aprendiendo. No solo de la danza, sino de la vida. Es maravilloso tener la cabeza abierta para adquirir cosas nuevas y tener una nueva visión de la vida. Eso es lo bonito del arte y te da más posibilidades, siempre y cuando se mantenga la calidad y la disciplina.
– ¿Extrañas algo de tu época de bailarín?
Nada. La verdad es que siento que hice una carrera muy completa, no me quedó algo por hacer.
– Muchos creen que todavía tenías mucho por entregar, ya que te retiraste a los 40 años.
Es algo maravilloso y la idea es que la gente siga diciendo que tenía algo más que entregar, en lugar que algunos empiecen a preguntarse cuándo se va a retirar uno. Hice muchas cosas a mi manera, manejé mi carrera como yo quise y lo disfruté muchísimo. A cada ballet le saqué el jugo, viajé por todo el mundo, hice varias veces un mismo montaje por lo que pude ensayar, mejorar e intentar llevar a la perfección mi trabajo. Tuve la suerte de compartir escenario con bailarinas maravillosas y estar en la cola de ese gran cometa que fue la época de los grandes bailarines contemporáneos. Los conocí, compartimos funciones, cenas, charlas, intercambiamos experiencias. Siento que mi carrera fue muy completa y me retiré bien. Hice más de lo que pensaba que podía. La danza necesita gente joven y hoy estoy en otra cosa, enseñando y tratando que la danza se haga fuerte en Latinoamérica.
– ¿Qué recuerdas de tu despedida en Buenos Aires?
¡Uy!, recuerdo todo. Fue un espectáculo maravilloso, una noche magnífica, no solo por los artistas y amigos presentes en el escenario y abajo, sino por el resto. Muchos de ellos ni siquiera alcanzaban a ver el escenario, pero estaban ahí por respeto y cariño a lo que hice toda la vida. Fue una noche sin frío ni calor; corría una brisa suave, con una luna perfecta… más no se podía pedir.
– ¿Te bajoneaste luego del show?
No, estaba muy feliz. Había trabajado mucho en la preparación, quería que todo saliera perfecto. Fueron dos horas de show y fui disfrutando cada momento. Quizás el golpe fue cuando terminó la función y me fui a cambiar de ropa a mi casa, para luego ir a la fiesta. Entrar a casa y encontrarme solo fue un golpe muy duro. Tengo una cantidad de amigos muy grande, entonces llegar a tu casa y estar solo, solo, solo, es muy fuerte.
– Con tu trayectoria, deben haberte llegado muchas ofertas de trabajo, pero decidiste partir a Montevideo y hacerte cargo de un ballet, más bien pequeño. ¿Por qué?
Se dieron muchos factores. Me fui a vivir a Montevideo y esas ofertas llegaron cuando no quería saber más de la danza. De vez en cuando, iba a tomar algunas clases con ese ballet y veía la situación delicada en que estaba y sentía que podía hacer algo más por la danza y por una compañía que tiene su historia. Me gustó ese desafío, me gusta salir de mi casa, ir al trabajo y volver… algo que nunca en toda mi vida pude hacer. Poco a poco me fui encariñando y ya tengo funciones programadas hasta cuatro años más. He luchado bastante para que los bailarines y el ballet tengan su espacio y que, al mismo tiempo, sean disciplinados, que respeten la danza. Eso me ayuda mucho.
Entrevista realizada por Ignacio Ossa y publicada en la edición del 1 de junio 2012 de la revista Cosas.
Fotografía de Nacho Hernández de Alba