El 29 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Danza, establecido por la UNESCO en 1982 e instaurado en dicha fecha en homenaje al natalicio de Jean-Georges Novorre, creador del ballet moderno.
Todos los años, el Comité Internacional de la Danza del Instituto Internacional del Teatro (IIT) le encarga a una personalidad destacada la redacción de un mensaje alusivo a la conmemoración. Este año esa tarea estuvo a cargo del bailarín y coreógrafo francés Mourad Merzouki, quien escribió: «Todo artista tiene el orgullo de su arte. Todo artista defenderá siempre el arte cuyo contacto le ha estremecido. A causa de lo que ha buscado y perdido, y a causa de lo que desea intensamente compartir”.
Merzouki también mencionó: “Vivo la danza día a día como un honor, pero vivo este honor preocupado”, como consecuencia de lo que él mismo denomina como “la pérdida de puntos de referencia”.
El mensaje de este Día Internacional de la Danza nos recuerda la importancia de la memoria y la necesidad de honrar a quienes han hecho un gran aporte al arte, no sólo en el mundo (en general), sino también en Chile (en particular). Es por este motivo que hemos querido recordar a Iván Nagy, un hombre que dejó una huella en la historia de la danza clásica de nuestro país y quien, tras su muerte el pasado mes de febrero, aún no ha recibido el reconocimiento y los honores que merece.
De Hungría al mundo
Iván Nagy nació el 28 de abril de 1943 en Debrecen, ciudad ubicada en el extremo oriental de Hungría. Su madre era profesora de ballet, así que su formación empezó muy temprano. A los 7 años ingresó en la escuela del Ballet de la Ópera Estatal de Budapest y una década más tarde ya era parte de la compañía.
Tras una prolífica carrera como bailarín -que incluyó su paso por el Ballet Nacional de Washington, el Ballet de la Ciudad de Nueva York y el American Ballet Theatre-, Nagy se retiró en 1978, cuando tenía solo 35 años y se encontraba todavía en un alto momento artístico. Aún tenía mucho por entregar: cuatro años más tarde se instaló a Chile para dirigir el Ballet de Santiago (llamado en aquel entonces Ballet del Teatro Municipal).
Sara Nieto llevaba más de un año allí cuando Nagy llegó. Sobre aquel momento, ella recuerda: “él encontró a una compañía errante, sin una línea artística y se propuso elevarla a un nivel internacional. Comenzó haciendo una revisión de los bailarines y echó a muchos, pero porque no tenían el nivel que él ambicionaba. Fue una situación muy dura, incomprendida en ese momento, pero aceptada a medida que pasó el tiempo”. Luego hizo audiciones y sumó nuevos talentos, comenzando así un proceso de transformación y consolidación.
Un éxito sin precedentes
Gracias a las gestiones de Iván Nagy, bailarines como Natalia Makárova, Richard Cragun y Marcia Haydée, se presentaron en el país por primera vez. También logró que coreógrafos de primer nivel mundial presentaran en Chile obras del repertorio universal que asombraron al público, entre ellos Stevenson, André Prokovsky y Ronald Hynd.
Su esposa, la bailarina australiana Marilyn Burr, también jugó un rol fundamental en la transformación de la compañía. “Ella aportó el estilo, el profesionalismo, la técnica y, por sobre todo, la entrega artística. En los camarines llegaba a preocuparse de todos los detalles, como nuestro maquillaje, peinado y coronas”.
Todos los esfuerzos rindieron frutos. “Al pasar de los años el público se volcó al Teatro Municipal en forma masiva”, asegura Sara Nieto, explicando que el ballet se transformó en una expresión artística popular que logró convocar a personas que nunca antes se habían acercado a la danza clásica. “Recuerdo 17 funciones agotadas de La Fierecilla Domada, 15 de El Lago de los Cisnes, 20 de Cascanueces, como nunca se había visto y nunca más se vio en Chile”, apunta.
En el año 1985, tras el terremoto que remeció al país, Nagy convocó a grandes bailarines internacionales para hacer una gala benéfica con el fin de brindar ayuda a los damnificados. Fernando Bujones, Leonid Kozlov y Valentina Kozlova, Li Cunxin, Jennifer Parker y Zane Wilson, “todos vinieron generosamente sin cobrar honorarios por la admiración que le tenían a Iván”.
Fue en esa misma época cuando el Ballet de Santiago alcanzó renombre internacional y se presentó en Nueva York. “Fue para mí la época de oro del Ballet de Santiago”, señala Sara Nieto, y agrega: “hasta mi gran amigo Julio Bocca quería en sus comienzos venir a integrar nuestra compañía”.
Pero poco después, Nagy dio por terminada su primera etapa en Chile y partió a Estados Unidos en donde trabajó con el Ballet de Cincinnati y, posteriormente, a Gran Bretaña para asumir el desafío de dirigir el English National Ballet.
De vuelta a Chile
En 1996, Iván Nagy decidió volver a Santiago. Un año más tarde, Sara Nieto se retiró de los escenarios y el director le organizó una despedida inolvidable “que probablemente nunca más se repetirá”. “En la función pidió que participaran todos los estamentos del teatro, desde las vestuaristas hasta los tramoyas, desde los administrativos hasta los técnicos, subiendo todos al escenario, hasta el Coro del Teatro cantando el brindis de La Traviata. Y además trajo bailarines desde el extranjero que habían sido mis partenaires para bailar conmigo. Fue inolvidable”.
Sin embargo, el segundo paso de Nagy por el Ballet de Santiago llegó a su fin meses después. Posteriormente, la directora Marcia Haydee y la Corporación Cultural de Santiago lo invitaron en varias oportunidades, “para que volvieran a remontar sus ballets favoritos y así entregar su calidad artística al Ballet de Santiago y lo conocieran sus nuevos integrantes”.
El legado
“Para mí en particular, Iván significó la etapa más destacada de mi vida. Curiosamente 16 años de mi carrera fueron en Uruguay y los últimos 16 en Santiago, pero gracias a Iván bailando en toda América del Sur, Estados Unidos y Europa, un repertorio que jamás hubiera imaginado, compartiendo escenarios con los grandes bailarines del mundo y con coreografías de los mejores”, asegura Sara Nieto.
“La gran mayoría de los bailarines en Chile y quienes estudian ballet lo hacen gracias a que él decidió venir a Chile y apasionarnos con una de las más sublimes de las artes: el ballet”, concluye la directora del Ballet Teatro NESCAFÉ de las Artes.