La Selección Chilena de fútbol ha ganado un partido del Mundial a España, ha conseguido su clasificación a octavos de final y ha dejado fuera de competencia a los campeones del mundo.
Un pueblo que ha tenido tan pocas oportunidades para gritar, reír, cantar, se encontró este miércoles 18 de junio de 2014, llenando los espacios, las plazas, las calles, en una larga caravana de jolgorio.
Esta Selección Chilena de fútbol ha desatado la alegría merecida de este pueblo, la fiesta que nos hace falta, la sonrisa que perdemos a menudo.
¿Qué ha sucedido este miércoles realmente para que explote esta sobredimensionada alegría, tan contenida, tan deseada? Ni siquiera somos campeones mundiales, sólo hemos pasado a la segunda ronda. Aún restan muchos partidos. Muchas batallas.
Esta felicidad desatada tiene que ver con algo nuestro, mucho más profundo, que está en el fondo del alma nacional. Tiene que ver con nuestra cultura.
Comienza a caer el síndrome de perdedores, no sólo en el fútbol. La emoción de la gente proviene de una nueva convicción que nos muestran los jugadores de este deporte masivo: se puede, somos capaces. Hemos estado con nuestra autoestima tan baja, con tantos sentimientos de infelicidad y de desesperanza, que esta revelación de ganar algo grande nos hace estallar las emociones.
Por primera vez, este ejemplo de 23 muchachos nacidos casi todos en hogares humildes, que aprendieron a jugar en la calle, se presenta como fruto de un proceso serio de preparación en donde no se han dejado detalles al azar. Un trabajo laborioso primero en la sicología de los protagonistas, un cambio mental, de actitud, motivación y fuerza interior, la emergencia de un poderoso deseo de alcanzar un sueño. Y un trabajo profundo para que cada uno se convenza de sus propias capacidades.
Sobre esta base, el equipo comprende que es necesario trabajar, entrenar, concentrarse, dejar los egos, obedecer instrucciones, adaptarse al esquema de quien dirige y a no dar nunca por perdido un partido o una pelota. El equipo comprende que debe practicar sin descanso una y otra vez las jugadas clave, y comprende también que hay que elegir, entre el trasnoche, la bohemia y los desbordes, y la disciplina deportiva de alto rendimiento.
Esto es un cambio cultural.
Ganar a España en fútbol no es ganar a España en fútbol. Es un aprendizaje social. Ningún chileno o chilena después de ver este partido podría soñar con un triunfo gratis en la vida, un triunfo que no traiga consigo la preparación, la disposición, la fuerza de la motivación, la disciplina, el trabajo, el esfuerzo y, por cierto, la energía que proveen los grandes sueños.
Chile está aprendiendo el arte y el oficio de ganar como corresponde. Sin trampas, sin bengalas, sin hacer tiempo, sin entregarle los resultados al destino, al tiempo, a la lluvia, a la cancha, a la temperatura, a la altura o al árbitro.
Esta Selección Chilena de fútbol ha desatado la alegría merecida de este pueblo, la fiesta que nos hace falta, la sonrisa que perdemos a menudo. Y lo más importante, nos viene a hacer presente lo que todos sabemos desde siempre, pero que también olvidamos con frecuencia: El triunfo se logra con un 10% de talento y un 90% de sudor. En el deporte, en el arte, en la vida profesional, en la política, en los estudios, en la convivencia social y en la vida familiar. Siempre fue así. Siempre será así. Y casi siempre, en equipo.
Alfredo Saint Jean-Domic