El arte, la danza, el teatro, el cine, la música, la poesía pueden aparecer en nuestras vidas como momentos de satisfacción efímeros, volátiles, etéreos, como simples momentos de recreación de los sentidos por los cuales estamos dispuestos a pagar una entrada.
Sin embargo, aún en el ánimo de distraernos y descansar del estresante mundo en el cual vivimos, dejándonos llevar en un estado de receptividad estética, con los sentidos abiertos a lo que propone la obra, un autor encuentra la ocasión propicia, el momento del asalto, el espacio esperado, la oportunidad tan invocada. El músico, el director de teatro, el actor, la bailarina, el artista visual, despliegan el máximo de su talento para convertir lo ordinario en extraordinario. La alquimia artística y creativa asalta la vida cotidiana en la butaca 175, donde un ser humano inocente e inesperadamente es objeto de una transformación, de la brujería del color, del movimiento, de las sonoridades, de las luces y las sombras.Al salir del teatro, todo parece distinto. Ya no somos quienes éramos cuando entramos a la función.
Poseído por todo aquello que despierta las emociones más profundas, sin saber cómo ni por qué, se desata la risa, la lágrima, el dolor o la esperanza, la rabia, la alegría, la nostalgia, los sueños. Sin saber cómo ni por qué, en la butaca 368 alguien se entrega y se siente parte de la historia, del cuento, del drama. Rescatador de la princesa, salvador del mundo, agitador de amores, ser inmortal, dios de todos los universos, navegante intrépido, mujer libertaria, apasionada amante, madre naturaleza, animal mítico, espíritu en llamas, viajero de la luz o simple pescador en medio del mar de las dudas existenciales.
El espíritu creador ha logrado su cometido. Aprovechando el momento menos pensado, ha entrado en un corazón disponible, sigilosamente, vestido de luces y colores, maquillado de mimo sonriente e inofensivo… ha calado profundo en el alma, con un gesto, con una mirada, con un silencio.
Secándose una lágrima que rodó sorpresiva y tibia por la mejilla, la hermosa mujer de la butaca 714, sonríe. Alguien entró en su corazón de improviso y rescató algo de sus profundidades. Ni ella lo sabía. No tenía idea que existía esa sensibilidad en sus corrientes subterráneas.
Esto es la alquimia: el proceso de transformar lo ordinario en extraordinario.
Al salir del teatro, todo parece distinto. Ya no somos quienes éramos cuando entramos a la función. Somos protagonistas y portadores de los invisibles sentimientos que han perdurado en la historia de la humanidad. Lo que queda. Lo que se graba para siempre. Llevamos dentro el patrimonio espiritual. El sentido más profundo de las cosas. Aquello que sobrevive para siempre a todas las catástrofes y a las construcciones materiales.
Alfredo Saint-Jean Domic