A 65 años de Los Mimos de Noisvander: rescatando el arte del silencio

En 1950 se formó Los Mimos de Noisvander, compañía creada por uno de los precursores del arte de la pantomima en Chile: Enrique Noisvander. Hoy, cuando se cumplen 65 años de su nacimiento, tres de sus históricos integrantes -Rocío Rovira, Óscar Figueroa y Eduardo Stagnaro- narran parte de lo que fue este importante colectivo para la cultura de nuestro país.

«Cada artista es un milagro», dicen casi al unísono Rocío Rovira, Óscar Figueroa y Eduardo Stagnaro, tres de los artistas insignes de la compañía de la cual también fueron parte Víctor Jara, Jaime Schneider, Silvia Santelices, Mauricio Celedón, Delfina Guzmán, María Izquierdo y Claudia Di Girólamo, entre muchos otros.

Conversar con estos tres artistas es una experiencia única. Cada historia, anécdota y recuerdo brota de sus memorias con tanta emoción y nostalgia que es inevitable viajar en el tiempo y trasladarse a la época cuando se creó esta academia, una de las más importantes a nivel mundial y que ahora -a 25 años de su fin- reivindica su legado gracias al ánimo de estos mimos, quienes sacan la voz para contar cómo se desarrolló este patrimonio de nuestra cultura.

«Enrique Noisvander era profesor de expresión corporal en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile», recuerda Rocío Rovira (81), una de las primeras mujeres que integró el grupo. Su marido, el actor Óscar Figueroa (78), también fue parte de esa historia. Y aunque hoy residen en Venezuela, sus constantes viajes a Chile les han permitido participar en la reconstrucción de la memoria de la compañía.

En el año 2009 comenzó a gestarse un trabajo de investigación, titulado ‘Una Historia en Silencio: Archivo del Maestro de la Pantomima Enrique Noisvander (1950-1990)’, con el apoyo del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes (FONDART). Hoy, seis años después, continúa avanzando gracias a la constancia de, entre otros, Francisca Infante Montt, profesora y actriz que trabajó con Noisvander y que actualmente encabeza el grupo de personas que ponen todo su esfuerzo en el rescate de esta historia.

«No podemos estar con amnesia frente a nuestra propia historia. Esto es una recuperación de la memoria. Era necesario un reconocimiento a Enrique», afirmó Infante al inicio de este trabajo de investigación, agregando: «la importancia de Enrique no va sólo en la pantomima; él es el gran maestro del trabajo del cuerpo del actor. Todos los programas de las escuelas de teatro están basados en la insvestigación que él hizo sobre el cuerpo».

Por su parte, Rovira apunta: «Nosotros junto a Eduardo Stagnaro (78) vamos constantemente a la Biblioteca Nacional a poner fechas, nombres y lugares detrás de cada una de las fotos», y comenta que el trabajo ha sido extenso, tanto, que «en el camino ya ‘se han ido’ tres» ex integrantes de la compañía que también participaban del proyecto.

Los inicios de los Noisvander

En palabaras de Rocío Rovira, quien inició la pantomima en Chile fue el multifacético artista tocopillano Alejandro Jodorowsky. Con las ganas de desarrollar este arte en el país, él reunió a un grupo de personas con sus mismas inquietudes, entre los que se encontraba Enrique Noisvander, en ese entonces un joven estudiante de ingeniería. «Cuando Jodorowsky se fue a Europa, por ahí por los inicios del ’50, Enrique continuó con su trabajo, formó gente y abrió la academia», narra Rovira.

Acerca de quiénes integraron este grupo, Figueroa cuenta que se trató de un puñado de jóvenes provenientes desde las más diversas áreas. «Lo bonito de esta compañía es que circularon muchas personas que después fueron muy famosas en sus especialidades: escritores, arquitectos, actores, pintores, músicos…», a lo que Rocío añade: «había muchos talentos, gente muy importante que ha hecho una labor trascendental en el arte en Chile. Todos ellos eran jóvenes inquietos que se unieron en esta nueva búsqueda. La pantomima no existía aquí ni en ningún país de América».

«En ese tiempo había una movida cultural muy fuerte y el público era extraordinario», recuerda Figueroa con nostalgia. «Había una efervescencia por la cultura sin la existencia de la televisión», asegura por su parte Stagnaro.

Las reuniones de Los Mimos de Noisvander se llevaban a cabo en una casona de calle Villavicencio (barrio Lastarria) perteneciente a un millonario chileno, de apellido Gandarillas, que oficiaba de mecenas de los artistas en la época. «El número de la casa era 361», dice certero Óscar, a lo que Eduardo añade: «era una casa gemela con otra (llamada La Casa de la Luna), de un piso de adobe macizo», que luego se unieron para crear al fondo el Teatro Petropol, el centro de operaciones de los mimos durante años y desde donde salieron con exitosas giras a países como Colombia, Puerto Rico, Rusia, Alemania, Francia y Venezuela.

«La historia se cortó en dos»

Quince años logró funcionar la compañía Los Mimos de Noisvander con un elenco estable. Esto hasta septiembre de 1973 cuando se produjo el quiebre. «El golpe militar nos pilló de gira por Venezuela, en el primer festival internacional de ese país. Actuamos el mismo 11 de septiembre y al principio todos pensaron que no íbamos a salir al escenario, pero lo hicimos, aunque tuvimos que cambiar la obra ya que teníamos preparado nuestro mayor éxito, ‘Educación Seximental’, un montaje muy festivo. La cambiamos por ‘Adiós Papá’ que tenía más contenido social», recuerda Óscar.

Ahí, prosigue, «se dividió la compañía, esa que duró 15 años. Cuatro de nosotros nos quedamos en Venezuela, no quisimos volver a Chile, especialmente porque el Petropol quedaba frente a lo que era el edificio Diego Portales, donde se reunían los militares. Ese sector se cerró». Después de un tiempo algunos regresaron y otros se quedaron en el extranjero.

En Caracas, Rovira explica que siguieron trabajando bajo la línea de Los Mimos de Noisvander, pero con el nombre de Teatro de Mimos de Venezuela. «Allá la pantomima no existía, sólo se conocía a (Marcel) Marceau y sólo algunas personas lo conocían, entonces cuando empezamos a trabajar en Caracas con los muchachos de teatro, ellos descubrieron un mundo nuevo».

Enrique Noisvander, en tanto, volvió a Chile y continuó presentando distintos espectáculos pues, según cuentan sus compañeros, debía terminar de pagar el crédito con el cual había comprado el espacio para levantar el Teatro Petropol. Es así como el grupo se reformó en su mayoría con nuevos actores, algunos de ellos vigentes figuras de la televisión.

Rocío, Óscar y Eduardo aseguran que durante los 15 años que estuvieron juntos dentro de la compañía lograron un desarrollo completo de la pantomima, ofreciendo diversos espectáculos, algunos tan breves como los sketches (de 1 a 10 minutos de duración), pasando por montajes de media hora hasta llegar a los «mimodramas», presentaciones mucho más extensas de una hora a una hora y media, con intermedio incluido.

«Estos mimodramas contaban toda una historia en tres actos, algo bien completo, con un elenco y escenografía, todo en pantomima», cuenta Stagnaro, mientras Rocío añade que estas presentaciones abarcaban toda clase de temáticas, incluso algunas muy abstractas como ‘Catedral Gótica’, ‘Nacimiento’ y ‘Árbol’, pantomimas elogiadas por el mismo Marcel Marceau y por la connotada compañía de danza de Paul Taylor durante su debut en Chile a comienzos de los ’60.

Con la muerte de Enrique Noisvander, en 1989, el grupo continuó bajo la guía de Jaime Scheider, pero -según aseguran Rocío, Óscar y Eduardo- esta suerte de «segunda parte» de la compañía aún no ha sido reconstruida por la investigación que continúan desarrollando para Memoria Chilena, proyecto que abarca la historia de las distintas expresiones artísticas en nuestro país.

«Chile tuvo un quiebre en la época de la dictadura y parece que las generaciones nuevas no tuvieran historia, no tienen memoria de nada porque sus padres tampoco pudieron hablar para contarles nada, entonces existe ese vacío, un vacío que no debería existir y que es muy dañino. Hay una gran historia en Chile, una historia hecha por muchas personas y muchas expresiones artísticas y pareciera que no hubiesen existido si no se conocen y por eso estamos haciendo este trabajo», concluye, con voz firme, Rocío.

Fotografías: Archivo Biblioteca Nacional | Memoria Chilena

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