Los caminos del humor son irreverentes e invaden el territorio del arte sin respetar jerarquías ni fronteras. El teatro, la danza, la música o la plástica suelen ser objeto de la provocativa inteligencia del sentido del humor y su bocanada de aire fresco.
Cuando en una sala llena, en medio de un drama, no vuela una mosca en la oscuridad, puede ser que se trate de una expresión sublime de la emoción contenida. En cambio, si en la oscuridad la sala permanece silenciosa durante la presentación de un comediante, estamos en presencia, sin duda alguna, de un estruendoso fracaso.
Ante el drama, el espectador puede simular interés y hasta comprometer una mentira piadosa a la hora de la crítica, pero ante el humor no hay doble lectura: se ríe o no se ríe. Y así como no nos podemos reír de algo que no nos causa gracia, tampoco podemos evitar reírnos de lo que nos provoca una carcajada aunque sea en los momentos más inapropiados. Tratar de contener la risa en un funeral o en una iglesia suele ser la crónica de un bochorno anunciado.
El humor es un atributo esencial y exclusivamente humano, porque constituye una manifestación refinada del pensamiento y de la razón. Para Sigmund Freud, “es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo”. Y Friedrich Nietzsche decía que “la potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”.
La irrupción del humor en el arte es de antigua data, pero solo en el último siglo, a partir de los locos años 20, ha recibido la aceptación creciente de la comunidad artística y se le ha reconocido como un componente cada vez más asociado a las vanguardias. Quizás por la creciente importancia que ha adquirido la libertad como valor supremo y esencial de la humanidad tras la abolición, al menos en las palabras, de todas las formas de esclavitud, el humor ha entrado por la puerta ancha en el campo de la cultura, precisamente por su carácter libertario.
El humor, sea blanco o negro, es provocativo por definición, no por su contenido sino por su actitud. El hecho humorístico radica en lo inesperado, lo espontáneo y sorpresivo, la denuncia y renuncia a lo establecido, lo predecible, lo lógico y lo evidente.
Todo humor es irreverente, solo que algunos han estudiado diplomacia y disimulan la agudeza de sus dardos. Y todo humor es subversivo, no porque se encierre en los límites ideológicos de una causa militante, sino porque literalmente subvierte el aparente orden natural de las cosas.
La construcción humorística es por esencia el producto de la alteración de la realidad que provoca lúdicamente al sentido común. La siguiente es una perla de Thomas de Quincey, periodista, crítico y escritor británico del romanticismo que ilustra como nadie la vuelta de tuerca que implica la mirada humorística de las cosas: “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia a robar, de robar pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la educación y por dejar las cosas para el día siguiente”.
Por último, el humor en sí es un arte. Un arte transversal que cruza todas las áreas en que se suele segmentar el quehacer artístico. Si es teatro, estamos ante la comedia en cualquiera de sus formas; si es lírica, adopta el ropaje de la ópera bufa, la zarzuela o la opereta; si es plástica, se llena de caricaturas, viñetas, comics e instalaciones en que la multimedia se pone al servicio de lo lúdico.
Y el Teatro NESCAFÉ de las Artes, que aspira a ser mucho más que una sala de teatro para convertirse en un espacio donde confluyen las más diversas manifestaciones artísticas, ha sido un decidido impulsor del humor en el arte. A través de sus más diversas formas ha sido una constante en la programación, como un reconocimiento explícito de su valor artístico y humano.
Sergio Bravo
Texto extraído del libro «La diversidad es tuya» (2015), página 28.